La búsqueda de la identidad nacional

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La búsqueda de la identidad nacional

Es probable, al estar en la cola para comprar el pan o esperando la camioneta del día, que escuchemos a alguien que nos dice cosas como: “la identidad del venezolano se ha perdido”, esto ocurre casi siempre cuando algún vivo decide colearse o cuando algún jovencito no cede su asiento, parece que consideráramos que la identidad es un conjunto de buenas costumbres como el famoso y anticuado Manual de Carreño, pero si realmente nos preguntáramos de qué hablamos cuando nos lamentamos de esa identidad perdida, es probable que nadie pueda señalar con precisión y con certeza de qué estamos hablando, entonces cómo podemos considerar que hemos perdido algo que no podemos identificar.

La identidad desde tiempos antiguos se ha considerado aquello que nos hace únicos e irrepetibles, así que ¿cómo puede tener identidad un país o un colectivo? Digo, como para perderla, y si es que la hemos perdido tal vez debamos considerar qué nunca la tuvimos, pues cómo podríamos extraviar eso que nos hace ser lo que somos.

Aun así, hoy, sin duda, somos copias precisas de nosotros mismos, diseñados a nuestro antojo al reflejo de la Diva o del político de turno, identidades compuestas como cobijas de trapo por cirujanos plásticos, por plagios de internet, memes o códigos genéticos clonables, dejamos las huellas de nuestra identidad en las computadoras y los supermercados, nuestra identidad siempre está en duda. ¿Es usted realmente usted? O incluso encontramos esas fantásticas páginas que nos dicen: “confirme que usted no es un robot” ya no sólo se duda nuestra identidad, sino también de nuestra humanidad. Tal vez por eso trasmutamos lo que somos en un resumen de guardarropa traducible para nuestro yo de turno: hoy hipster, mañana emo, pasado el Che Guevara. Así el anticuado cuestionamiento sobre la identidad (A = A) se ha transformado en un asunto que guardamos en el cajón de algún maletero de la vejez, y lo resumimos a una consideración o comportamiento arcaico.

¿Qué es eso que llamamos identidad?

La identidad personal y hasta la colectiva esta atravesada por cierto conocimiento interior, datos de nuestra consciencia que otorgan una condición irrepetible, reconocible y descriptible, esta condición la determinamos por medio de la duración, la simultaneidad, el espacio, la percepción, la memoria, la experiencia, los sentimientos y las sensaciones, lo que nos da la idea de que podemos identificar nuestro propio yo con ciertos elementos.

Es la identidad la que nos hace únicos e irrepetibles.

En cristiano… hablar de identidad es hablar de un conjunto de características que nos hacen diferentes a los demás, pero esta identidad está compuesta por kilos de cosas que en realidad no son nuestras realmente, sino que provienen de todo lo que nos rodea. Es como un batido andino hecho en casa, tiene muchas frutas, vegetales y proteínas y no hay manera de que, dada la cantidad de aditamentos en distintas porciones, pueda quedar igual a otro. Es decir, todos somos irremplazables.

Pero ¿qué pasa cuando queremos descubrir nuestra identidad?

Encontrar la propia identidad necesita de cierto distanciamiento del propio yo, pero ese distanciamiento no puede darse sin que se establezca la necesidad de mirarse desde la acera del frente para establecer la discordia con uno mismo. Y descubrir con cierto desencanto y frustración que “parecer” no es lo mismo que “ser” y que la identidad se refiere al ser mismo de la cosa.

¡Son tantas las líneas que se han escrito sobre la identidad! Batalla tras batalla para describir las miradas de la consciencia sobre sí misma.

Pero, para hablar de la identidad colectiva no sólo vamos a necesitar que nuestra consciencia se mire a sí misma para generar una batalla entre lo que hay dentro de sí y lo de afuera. Ahora nuestra consciencia necesitará prepararse para una verdadera guerra y encontrar eso que somos como conjunto, para eso necesitamos una estrategia que nos permita admirar la totalidad.

Una mirada al campo de batalla

Gilberto Antolínez, ese yaracuyano erudito que amaba estudiar todo aquello que le sonara a indígena argumentaba sobre la búsqueda de la identidad de los americanos: “Dos americanismos hay: uno que observa desde afuera, y uno que siente de desde adentro: el primero trabaja con el intelecto sobre un objeto neutro; el segundo estudia con emoción simpática algo del cual el mismo participa: es cirujano que opera su propia sangre viva y siente profundamente el escalpelo”

Gilberto Antolínez

La identidad se va formando a través de diversos pisos que conforman una estructura, dada por influencias combinadas en el individuo. Influencias como familia, amistades, clase social, religión, grupo étnico, ciudad, minoría, estudios, país. Una estructura muy compleja que nos lleva a compilar lenguaje, formas de expresión, y diversos sistemas culturales como ideologías, símbolos, valores, estilos de vida que desembocan en una herencia cultural. Pero, atención una herencia cultural no es una identidad. La herencia cultural puede formar parte o no de la identidad de un individuo, pero no es su identidad. Ese batido de influjos es traducido en cada individuo y según el impacto que producen estos pisos en grupos de individuos será lo que forme o no la identidad colectiva.

Concebir lo que “somos”, desde el “nosotros”, presenta un serio riesgo de dogmas y recovecos siniestros como el nacionalismo, pero, por encima de la globalización y la unificación existe la necesidad de hacerlo, sobre todo para comprender problemas que se producen a nuestro alrededor y hasta a nivel mundial como por ejemplo los guetos formados por extranjeros que no se adaptan a las costumbres de los países a los que migran. Cabe la pregunta sobre el campo de batalla, ¿queda en nosotros mismos o queda en el lugar en el que estamos?

Somos o estamos

Como nos recuerda Pedro Grases al escudriñar la obra de Augusto Mijares ese “estamos” se atraviesa con demasiada frecuencia con el “somos”.

He aquí el problema ontológico que resume buena parte del todo el pensamiento filosófico latinoamericano, la búsqueda de nosotros mismos, sólo que tal vez hemos carecido de brújula y no sabemos dónde nos estamos buscando, dado el juego idiomático entre ser/estar, verbos que hasta un niño maneja con bastante holgura, pero que a la hora de ensartar nuestro pensamiento en un planteamiento lógico le pueden hacer pasar un mal rato a más de uno. Usamos el verbo: Ser para indicar existencia, pero también para señalar los atributos de ese ser, incluido lugar o situación; a su vez, el verbo: Estar que se usa para indicar y/o señalar las condiciones del ser, pero también existencia, pues no puede estar lo que no existe. Así que para hacer corto el cuento, si estamos, somos; aunque claro, siempre podríamos estar un poco perdidos.

Si ya hemos categorizado ciertas características de la identidad del nosotros ¿por qué hemos tenido tantos problemas con este asunto?

Guillermo Meneses

Basta considerar como menciona Arturo Uslar Pietri que “América fue un hecho de extraordinaria novedad” un cuento, como lo describe Guillermo Meneses en el que la tranquilidad se perturbó para siempre con la llegada de “los hombres de los barcos que fabricaban la existencia” y ¿es qué consideramos que nuestra existencia comienza allí?

Tan dolorosa afirmación, llegó para confirmarnos un hecho secreto pero, sospechado, parece que no éramos hasta 1492 y es desde el desembarco de Colón como hecho público para Europa que “somos, puesto que existimos”. Pero, ¿es esto realmente así? ¿Nuestra existencia queda inaugurada por el conocimiento que Europa tiene de América?

No se trata de refutar nuestra existencia, se trata de considerar más bien nuestra condición en el mundo. A partir de 1492 nuestra circunstancia se trastoca, sufre un quiebre tal que nadie puede imaginar sus dimensiones, sólo se puede considerar que esa condición de identidad tuvo cambios muy abruptos en muy poco tiempo, si consideramos toda la historia de América en comparación con otros continentes nos percataremos de que su crecimiento como estructura social ha sido muy acelerado.

Grabado 1572

Citando de nuevo a Antolínez: “Nos sentimos como bastardos que usufructúan bienes a los que no tiene derecho… Lo que nos inclina hacia Europa y al mismo tiempo se resiste a ser Europa es lo propiamente nuestro, lo americano… América se siente inclinada hacia Europa como el hijo hacia el padre; pero al mismo tiempo se resiste a su propio padre… De aquí este sentirnos cohibidos, inferiores al europeo… El mal está en que sentimos lo americano, lo propio, como algo inferior. La resistencia de lo americano a ser europeo es sentido como discapacidad…Yo diría, pues, que nuestro complejo de minusvalía no es más que una consecuencia de una mala solución del infantil complejo de Edipo cultural americano

Pero no todo se resume a una historia de complejos. De alguna manera, o nos apegamos o rechazamos la identidad del indígena pues consideramos que ellos eran capaces de saber claramente quienes eran, para nosotros ese problema de la identidad ellos lo tenían resuelto. Así el choque del criollo es que tenemos una historia que es mitad nuestra y mitad extraña, y si ponemos todas nuestras barajas en que el pensamiento comienza con la historia, entonces nuestro pensamiento similar a las cordilleras andinas estaría poblado de riscos.

“Nosotros – dice Bolívar en el Discurso de Angostura- ni aun conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo: no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión, y de mantenernos en el país que nos vio nacer contra la oposición de los invasores; así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado”

Nuestra historia que influye indudablemente en la identidad colectiva de Venezuela, “nos asalta como un delirio azaroso”; un inventario de verdades que parecen ficciones y ficciones que parecen verdades.

La construcción mental de nuestra identidad colectiva se sostiene, desde siempre, en un sinnúmero de contradicciones, “somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte” –dice Bolívar. Y esa afirmación de menudencia, novedad y aislamiento ¿acaso no ha terminado por convertirse en una creencia muy profunda?

De esa forma nos fuimos transmutando en una búsqueda de cualidades, más que de esencias, tal vez por eso Grases afirma: “La búsqueda en la historia venezolana de la tradición de generosidad, elevación y desinterés, en oposición a que América exhiba, al parecer, sólo “desorden político, un vaivén desesperante entre la tiranía y el despotismo, pobreza, rutina administrativa, frustración, en suma, de casi todos los propósitos que animaron su emancipación y que deben ser la justificación moral de nuestras repúblicas” Así es comprensible que cuando señalamos: los venezolanos somos generosos, graciosos, pedantes, en realidad, somos desordenados y no estamos señalando qué somos, sino simples características que componen ese todo. Lo mismo que si dijéramos que los alemanes son puntuales y los bolivianos tranquilos. Una condición no es lo que se es.

Así hemos abandonado nuestro ser para convertirnos en una condición y una condición es una propiedad, no es el ser mismo, hablamos de aquella situación en la que se encuentra lo que somos, pero no de lo que realmente somos. Nuestro ser, lo que éramos, se movió fuera de su centro y se colocó en el punto que le señalaban, en la condición de turno.

Así que lo que somos no es una lista de cualidades pues esas cualidades pueden variar, pero lo que somos es inmutable.

¿Para qué nos buscamos?

Es complicado entonces definir quiénes somos de una manera absoluta, de alguna forma cada quién a lo largo de su vida persigue esa búsqueda y con suerte tendrá un acercamiento sobre lo que es, entonces, si es tan complicado para un ser humano determinar esto ¿Cuánto más no lo será para todo un país? Nuestra identidad colectiva, ese A=A termina siendo definida por el lugar en el que nacemos, único vínculo verdadero común en este momento, terminamos siendo porque estamos y debiéndole a la tierra más de lo que quisiéramos.

Aun así continuamos mirándonos, pero no para cerrar nuestra identidad, no para cerrar nuestro ser, sino para comprendernos a nosotros mismos; la identidad más que un asunto de reconocernos en el otro, puede ser un asunto de reconocernos a nosotros como parte del otro, aun cuando ese otro no tenga ninguna semejanza con nosotros, no se trata de un asunto de “indiscernibles” como apuntaría el viejo Leibniz, se trata de entender nuestra relación con nosotros y con el entorno.

Y es precisamente porque se esconde nuestra identidad que hay que buscarla, pues en esa incansable búsqueda es posible que haya un profundo reconocimiento.

Referencias Bibliográficas

Arturo Uslar Pietri, “El mestizaje y el nuevo mundo”

Guillermo Meneses, “Cuento de Venezuela”

Gilberto Antolínez, “El legado indígena. Hacia el indio y su mundo”

Pedro Grases, “Augusto Mijares, El mandato moral de la historia, lo afirmativo venezolano”

Simón Bolívar, Discurso de Angostura.